Dale un beso al Pelado
Amenlo! Otra vez Santiago Silva metió el gol del triunfo de Banfield y le devolvió la punta. Ahora la presión es toda de Newell´s.
Con esta bendita historia de no nombrar la palabra campeón por quién sabe qué raro conjuro que podría atacar a quien la dijese, sólo Falcioni pareció habérsele animado al verdadero cuco de los que puntean un torneo y, en una entrevista publicada en Olé esta semana, dijo que "Banfield hizo todo para ser campeón". ¿Hizo? Una manera de referirse a un equipo, el suyo, que en la fecha anterior había perdido el invicto y la punta de la tabla (de ahí el uso del verbo en tiempo pasado) sin dejar de hacer lo de siempre: jugar, poner, mantener el orden y meter goles -más que los rivales, claro-. Y mientras el debate plantea si juega bien o mal, Banfield pone el pecho y su cabeza, y juega con el corazón. Porque cuando asoma el último codo de la pista y se impone la recta final, cuando las tensiones no aflojan nunca por más que se intente, cuando los sueños son casi realidades y por ello paralizan, este equipo no se asusta. Y siente que sin caja chica no hay caja grande, entonces juega de igual a igual contra Huracán (un triste despojo de lo que fue hace cinco meses) aun sabiéndose superior, pero entiende que el secreto está en no creérsela. Aunque tenga un buen arquero y una defensa sólida, aunque tenga a Erviti, aunque tenga a Silva y esos 14 goles que, dice, canjearía con gusto por triunfos, como si éstos pudiesen existir sin sus goles. Hoy Banfield no es Silva y diez más, pero sí es, fundamentalmente, este pelado implacable. Es el iluminado del equipo aunque su juego no deslumbre. Es el talento del gol aunque parezca tosco, es optimismo en estado puro porque cada conquista gana puntos. Es goleador y en la medida que los partidos se sigan definiendo por meter la pelota en el arco rival, habrá lugar para un Silva, uruguayo que anda derecho, que puede patear una chapita en la calle y clavarla en un ángulo o lograr que le quede un rebote boyando en el área, como ayer, y transformar su única oportunidad clara en una fiesta, en un puño apretado que guarda en la palma de la mano el deseo más deseado: el de ser campeón. Aunque nadie se anime a decirlo, aunque todos quieran así ahuyentar las malas ondas, llenas de sal y brillantina, que en la fantasía de muchos pueden derrumbar cualquier estructura de un plumazo. Banfield bien puede dejar eso a un costado: será o no será, pero no por decir o no decir la palabra campeón. Tiene razón Falcioni, pero con un sutil cambio de tiempo verbal: su equipo hace todo para ser campeón. Después, puede gustar mucho, poco o nada, pero sostiene lo suyo con atributos leales y frontales. Y con un tremendo goleador llamado Silva.
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