Fecha 16- RIVER 1- ESTUDIANTES 1

Patadas de Burritos

River y Estudiantes jugaron un partido picantísimo, con mucho roce y duelos intensos. ¿Era la final del Mundial de Clubes? El Pincha, que ganaba gracias a un cabezazo de Desábato, sufrió tres lesiones (Salgueiro, Enzo Pérez y Cellay) debido a la intensidad del juego y Ortega lo empató con un puntinazo a un metro del arco, a los 92'. ¿Quién festeja?

De a ratos, de a muchos ratos, parecía la final del Mundial de Clubes. Está claro que Estudiantes aceita la máquina de cara al viaje a Abu Dhabi. Y está claro, también, que para River muchos de los rivales de repente se convierten en el Barcelona. Pero sorprendió la intensidad con la que ambos equipos jugaron en el Monumental. Mucho roce, protestas, tarjetas, duelos ásperos (el de Ortega-Braña se llevó todos los premios Terminator) y varios resultados: el numérico no le sirve a ninguno; el futbolístico entrega más cuestiones positivas relacionadas al carácter que al juego; y el que apunta al futuro inmediato asoma negativo para ambos: el equipo de Astrada sufrió la lesión de Rosales y la quinta amarilla de Buonanotte; el de Sabella reza para que las molestias físicas que obligaron a Salgueiro, Enzo Pérez y Cellay a pedir el cambio no sean de gravedad... La premisa de imponerse con presencia antes que con toque invadió el partido, lo tiñó de un tono oscuro. Con el mediocampo destinado a la fricción más que al traslado, con lanzamientos verticales para intentar lastimar rápido, el partido tuvo llegadas suficientes como para catalogarlo de entretenido. Rosales se lastimó tras un choque con Albil, Salgueiro alzó la manito pidiendo salir y tocándose la pierna, y el match se enredó. Verón lo desenredó con un córner muy bonito, con rosca, que Desábato conectó de cabeza. Estudiantes ganaba. River sufría por su falta de contundencia. Enzo Pérez se tomó la cabeza y fue retirado en camilla. Cellay quedó tirado en su propia área y Sabella ordenó el ingreso de Alayes. A esa altura, Verón raspaba y había sufrido el acoso físico de los volantes rivales. A esa altura, Braña y Ortega habían abandonado la pseudo pelea de catch que habían alimentado con trancazos a destiempo y antebrazos mal ubicados. Pero fue Ortega, el distinto, el que volvió a escribir otro capítulo. No de una película, como Palermo, sino de su libro de cuentos. No había jugado bien. Pero estaba ahí. Ahí para ser titular, para poner el pecho, para estar en el área chica en el minuto 92, para empujar al gol esa pelota que Albil no logró contener luego de un derechazo de Buonanotte. Ahí para meterla de puntín, bien fuerte, a tono con el partido.